EL ÚLTIMO CAZADOR
Demasiadas veces en la literatura o el cine hemos visto títulos que hacen mención a extintas sagas de hombres y mujeres que por los avatares ya de la evolución, las rivalidades, el clima u otras causas han desaparecido de la faz de la tierra. No dejo de acordarme del último Mohicano, valeroso guerrero que mereció mejor suerte; o el último samurái, espadachín quijotesco incapaz de adaptarse a los tiempos modernos del Japón, o los últimos de Filipinas que tampoco tuvieron un buen final. Solo espero que el mundo nunca tenga que hablar o la literatura escribir sobre el último cazador, en el que englobamos a la última cazadora.
Pero para que eso no ocurra es importante que todo el mundo sepa sin excepción qué es la caza, qué significa ser cazador y qué ocurriría si desapareciese esa estirpe que consiguió en tiempos pretéritos que la raza humana conquistase la faz de la tierra. Porque, a nadie se le olvide, fueron los cazadores los que se enfrentaron a toda suerte de peligros para defender y alimentar a sus comunidades mientras otros de quedaban en la cueva.
La caza, a lo largo de la historia nunca ha estado cuestionada, sin embargo en los últimos tiempos todo parece mejor opción que la cacería. Lo que era una forma de subsistir o de vivir la naturaleza se ha convertido, por arte de unos pocos, en asesinato de indefensos animalitos. Siendo así, que si quieres estar en el campo, ahora solo puedes ser agricultor, ganadero o feliz ecologista.
Las justificaciones, de esos pocos, a no cazar se basan en que ya no es necesario para comer, como si la acción cinegética fuese solo eso y en que el ser humano a lo largo de la historia ha ido dejando de cazar y ahora es el momento de culminar esa transformación convirtiéndonos todos en alegres urbanitas.
Es verdad que hace diez mil años, más o menos, el ser humano descubrió la agricultura y la ganadería dejando paulatinamente de cazar. Hay historiadores que apuntan hacia que era más cómodo y rentable labrar la tierra y pastorear que andar pegando saltos por la selva en busca de la comida. Pero la razón cierta de ese cambio de costumbres no fue la comodidad o la seguridad de que sembrando crecería la comida o que el ganado lo tenías a la puerta de casa para sacrificarlo en cualquier momento.
Las auténticas razones fueron que las piezas de caza disminuyeron paulatinamente y la población humana aumentó exponencialmente. Ya no era suficiente con lo que los valientes cazadores podían abatir para la supervivencia de su tribu e inevitablemente tuvieron que buscar otros recursos. La agricultura y la ganadería no fueron causa del inteligente progreso de la humanidad sino sencillamente de la disminución de las piezas de caza.
¿Cuál fue la primera consecuencia de esta mutación? Pues que pasaron de una vida apasionante de persecuciones, acechos, trampeos, capturas, celebraciones si la caza era buena y preparación de la siguiente salida, a estar cuidando del ganado, pendientes de que ningún animal atacara su preciado rebaño, o de que nadie lo robase. Cuidando la tierra todo el santo día, ahora sembrando, ahora recogiendo, mirando al cielo temerosos de la lluvia, la sequía, el pedrisco, las plagas y también de los robos de sus cosechas.
A partir de ese momento la humanidad empezó a poner puertas al campo, ley y orden. Se terminó eso de ir de un lado para otro cazando aquí y allá alegremente sin preocuparse de otra cosa. Se perdió libertad, valor, pasión, cultura, tradición y comenzó la ansiedad y la preocupación.
Es verdad que ahora se está repitiendo ese escenario de falta de piezas de caza en mucha parte del territorio nacional. Y quiero creer que esa es, al igual que hace miles de años, la razón de que el número de cazadores haya disminuido. No quiero y me niego a pensar que la reducción de practicantes del arte cinegético venga dada por la influencia y el discurso de unos pocos, eso sí, tengo que reconocer que pertinaz y destructivo.
La salud de nuestros campos y la abundancia de piezas cinegéticas no solo son imprescindibles para la existencia de la biodiversidad animal, lo son para la propia supervivencia del arte de la cacería, de los cazadores y cazadoras. Si no velamos por ello, además de otras cosas, más pronto que tarde generaciones futuras hablaran del último cazador… o cazadora.
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